Pide colocar taja de bronce a Fefita la Grande

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Fefita la Grande
CRÓNICA DE IMBÉCILES
Por Marcelino Ozuna
De entrada, hallo saludable dejar
saber que detesto el «perico ripiao». Me luce largo, cansón y
reiterativo. Amén de que ver a las parejas brincándolo me huele a Medioevo. No
sé, hay algo de instinto primitivo en ello.
Aun así, respeto mucho a la
estrella sin discusión de ese género, la inefable Fefita La Grande. Si
estuviese en mis manos, cumpliría el viejo sueño de colocar una tarja de bronce
con su nombre, para que los turistas que caminan por la calle El Conde la
conozcan, como sucede en el distrito de Broadway, en Nueva York, con los
grandes de las letras y las artes. Mas lejos: no pocas veces me ha seducido la
idea de proponer un Museo en su honor. Me hace mear de la risa oírla en
«Vamo hablar ingle» o en «Pa que quiero cama, sin tener marido?»
El «quid del asunto» es
la repulsa que me causan los chistes en torno a la edad de la estrella. Lleva
décadas la afición de ciertos descerebrados haciendo reír a sus auditorios
alrededor de los años vividos por Fefita. Tengo dudas muy bien fundadas en
torno al futuro de una nación cuyo segundo deporte sea burlarse de la vejez de
un icono. Se le atribuye a Confucio esta reflexión: «Si uno no demuestra
respeto por los ancianos, en que se diferencia de los animales?»
En Japón, es una estampa familiar
ver ancianos dirigiendo el tráfico, o cuidando por la seguridad de los ciudadanos:
son figuras venerables, respetadas por todos. En RD, en cambio, (o cuando
menos, para una «parvá» de imbéciles, escritores de chistes grotescos
y soeces) «viejo» es un vocablo despectivo, un mote incriminatorio al
que debe apelarse para agredir, o provocar la risa del gentío. «Maldito
viejo, coño!»
En la cultura hindú, se considera
el respeto a los mayores como parte innegociable del día a día. Es más, allí,
suelen arrodillarse ante los viejos, lo mismo que tocar sus pies, como señal de
respeto. Los chinos, de su lado, son pioneros en la promoción de leyes que
procuran su cuidado, a diferencia de ciertos energúmenos del patio, para
quienes ser viejo hace fronteras con lo delictuoso.
En Republica Dominicana fue
promulgada la Ley 352-98, sobre Protección de la Persona Envejeciente. Y la
Corte Interamericana de los Derechos Humanos, de la que somos signatarios, se
ha referido reiterativamente a la tutela de los derechos de los
«viejos», para decirlo como los libretistas del canal que sabemos. Es
más, la Comisión Económica para América Latina y El Caribe, CEPAL, dedicó su
Cuarta Conferencia sobre Derechos de la Persona Envejeciente  a promover el respeto y la protección de los
mismos. Mas allá de los intentos legales, sin embargo, son precisos cambios en
la mentalidad colectiva al respeto.
Al margen de lo caricaturesco de
cierta  conducta de Fefita La Grande, lo
que debe hacer este país es levantar estatuas en su honor. Esa señora encarna
el ADN criollo. Y merece el respeto de todos. Incluyendo el de los indigentes
mentales que escriben chistes de baja estofa en algún que otro canal de TV,
para consumo del gentío. 

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